Continuando con la transcripción y traducción del escrito
que encontré, estábamos a punto de que nos revelaran ese súper poder oculto.
Continuo con la traducción:
“La semilla divina de grandeza se ve reflejada en los seres
humanos a través de su más grande facultad, el deseo. Es el deseo el que dirige
todas nuestras acciones e impulsa a cotas sorprendentes nuestra creatividad e
ingenio. Es la gran diferencia que existe entre los animales y el hombre. El
animal tiene instinto, mientras que el humano usa el deseo para sobreponerse al
instinto, que, expresado en libertad, llevaría a cometer actos apasionados o
sin sentido.
Actos que revelarían su más maligno aspecto, como el que provocó
la caída del gran Ángel en las eras primigenias (ni idea).
Pero cuando el deseo nace del corazón entonces los humanos
son capaces de expresar todo su divino potencial, para gloria y satisfacción
del Gran Arquitecto del Universo, y se recrean en la construcción de las más
grandiosas obras del mundo.
Se ha interpretado mal la frase Zoroastriana “Tus deseos son
órdenes”, imaginando a un Dios cumpliendo los insignificantes, para el cosmos,
deseos humanos. Un Deseo en un humano es una orden de Dios para que ese humano
cumpla su voluntad, que es expresada en forma de deseo. Ese deseo debe de ser
cumplido para el funcionamiento armonioso del Universo, en gloria y gracia para
el creador.
¡Ay de aquel que ose no cumplir las semillas del deseo,
cuidadosamente plantadas por Dios en la mente de los hombres!
Y para cumplir la voluntad divina, la mente es insuficiente.
El deseo mental debe de ir hasta el corazón, convertirse en un sentimiento de
necesidad, de saber que, sin el cumplimiento del deseo expresado y sentido,
nuestra vida no tiene sentido.
No nos convertimos en aquello en lo que pensamos, lo hacemos
en aquello que pensamos con las emociones más intensas posibles. Emociones que
sólo pueden salir del deseo.
Ahora bien, el hombre, para convertir sus deseos en
realidad, para hacerlo pasar del plano metafísico al plano físico, necesita
dominar a los cuatro pecados o vicios de carácter.
Vicio de carácter 1: La disfunción. Es decir que se desea algo,
pero no desearlo suficientemente como para poner tu vida en conseguirlo. Es
disfuncional no seguir la voluntad divina al no perseguir hasta con tu último
aliento si es necesario, aquello que deseas.
Vicio de carácter 2: La diletancia. Mantener de manera
prolongada tu enfoque y deseos sobre demasiados al mismo tiempo. Las personas
diletantes confunden deseo con capricho y se mantienen en un continuo añadir
aparentes deseos sobre los ya existentes.
Vicio de carácter 3: La distracción. El hombre serio en su
propósito en cumplir la voluntad divina mantiene su atención enfocada hacia los
deseos y cómo manifestarlos. No permite que su atención se desvíe hacia los
asuntos mundanos de la sociedad, tales como la política, el ego, la vanidad o
la avaricia (parece una lección moral pero yo sí le encuentro mucho sentido a esto).
Vicio de carácter 4: Desistir. Es el cuarto y último pecado
ya que desistir es la muerte espiritual y la negación de la divinidad en ti. (No hace falta dar más explicaciones, ¿o sí?)
Porque sabes bien que toda causa tiene su efecto; todo
efecto tiene su causa; todo sucede de acuerdo con la Ley; la suerte no es más
que el nombre que se le da a una ley no conocida; hay muchos planos de
casualidad, pero nada escapa a la Ley y el deseo es la causa de…"
Y ya no hay más. No podría, aun queriendo inventar lo que
sigue. No sé. Cosas extrañas me han ocurrido desde que encontré este escrito.
No creo que todo sea tan fácil como con solo desearlo. Y ya. O, ¿tú que
piensas?